El primero de los discursos de Moisés, registrado en Deuteronomio 1:6 al 4:43, lo comienza recordándole a Israel su pasado en el desierto.
Hace un repaso de la elección de los jueces, cuál sería su función y quiénes podían formar parte de los tales.
Es curioso notar que la palabra hebrea que utiliza Moisés para “jueces” en Éxodo 21:6 y 22:8, 9 es ELOHIM (El Señor), título designado para Dios. La función de los Jueces era de mucha responsabilidad puesto que hablaban en lugar de Dios y decidían en su nombre.
Estos ELOHIM eran como dioses, ¿pero en qué sentido dioses?, en el sentido que ni riquezas, ni poder, ni posición, ni alcurnia, ni educación debían afectar la decisión judicial, tal como lo hizo Dios con Moisés al negarle entrar a la tierra prometida por su pecado (Deut. 3:23 – 29).
Los Jueces eran los encargados de mostrar al pueblo cómo era Dios, por eso no debían hacer distinción de personas, debían considerar de igual manera la causa de los débiles y la de los poderosos, no debían dejarse intimidar por nadie, porque el juicio es de Dios. Y los casos que no fuesen capaces de resolver los atendería Dios personalmente (Deut. 1:17).
Moisés continúa su retrospectiva recordando el incidente de los doce espías. Doce hombres envió Moisés A PEDIDO DEL PUEBLO (1:22), doce de los cuales 2 solamente dieron testimonio de aliento. Los 10 restantes manifestaron duda y contagiaron con ese ánimo a toda la congregación.
Moisés los llamó rebeldes al mandato de Dios no solo por no querer conquistar la tierra sino por murmurar y decir que Dios los aborrecía y los había sacado de Egipto para entregarlos en manos de los Amorreos (pueblo habitante en Canaán) (1:26,27). Es muy tierna la imagen que Moisés hace de Dios en el versículo 31: “Y en el desierto has visto que Jehová tu Dios te ha traído, como trae el hombre a su hijo, por todo el camino que habéis andado, hasta llegar a este lugar.” La preocupación de Moisés siempre estuvo orientada a dejar en claro el tremendo amor y cuidado que tiene Dios con sus hijos.
Luego de la derrota en Horma (Deut. 1:41 – 46) Israel vuelve al desierto, pero de la misma manera que llegó a las puertas de Canaán, esto es, de la mano de Dios como un padre lleva a su hijo. El Dios de amor estaba disciplinando a su hijo “porque el SEÑOR disciplina a los que ama, como corrige un padre a su hijo querido” (Proverbios 3:12 NVI)
En el desierto las promesas de un lugar para el pueblo escogido se seguían repitiendo como esperanza para los que decidieran ser fieles a Dios. La protección contra los pueblos hostiles tampoco se hizo ausente. Se le recuerda este incidente a Josué quién le sucedería en liderazgo a Moisés. Se le dice lo siguiente: “Tus ojos vieron todo lo que Jehová vuestro Dios ha hecho a aquellos dos reyes (Sehón y Og); así hará Jehová a todos los reinos a los cuales pasarás tú. No los temáis; porque Jehová vuestro Dios, él es el que pelea por vosotros.” (Deut. 3:21, 22).
En este primer discurso Moisés deja en claro los dos pilares del carácter de Dios: Su Justicia y su Amor.
Su JUSTICIA fue manifestada en consecuencia de la rebeldía del pueblo no dejándolo entrar a la Tierra Prometida cuando Dios quería hacerlo. Su JUSTICIA reside en apartar su protección del pecador y dejarlo experimentar las consecuencias del mismo. El peor castigo que puede tener un ser humano es el de estar lejos de Dios.
Pero a pesar de la abierta rebeldía vemos su AMOR y disposición para perdonar y restaurar al extraviado. Moisés hace memoria para resaltar este hecho, que a pesar de la infidelidad Dios sigue conduciendo a su pueblo como un papá que lleva de la mano a su hijito. Dios no muestra la misericordia de un soldado que no mata a su enemigo porque está desarmado, Dios muestra AMOR esperando en la puerta de la casa al hijo que se fue.
Ahora se dan las claves para no volver a caer en la desgracia cuando posean la Tierra Prometida y renace la esperanza al acercarse rápidamente el cumplimiento de la promesa.
